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Channel: Sermones que Iluminan
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Vigésimo primer domingo después de Pentecostés (Propio 23) – Año C

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Jeremías 29:1, 4-7, Salmo 66:1-12, 2 Timoteo 2:8-15, Lucas 17:11-19

¿En alguna ocasión se ha sentido usted molesta, incómodo, irritada o irritado, sin saber por qué? Todo va bien, no hay nada de malo, pero siente un malestar que le roba la tranquilidad. En otras ocasiones se siente bien, aunque tiene muchas razones por las cuales sentir frustración. La realidad es que nuestro estado mental tiene todo que ver con cómo lidiamos con las realidades de la vida. Las circunstancias externas, muchas veces, tienen poco que ver con cómo nos sentimos en lo más profundo de nuestro ser.

Nuestro estado mental influye mucho en nuestra vida. Poder cambiar nuestra perspectiva nos permite vivir una vida más tranquila en medio de las dificultades. Los médicos dicen que el estrés, el sentido de angustia, tensión y ansiedad que afecta nuestras vidas, tiene menos que ver con lo que está pasando, y más que ver con si entendemos que tenemos el poder de cambiar o manejar nuestra situación. Si sentimos que no tenemos poder para confrontar y resolver nuestros problemas o para responder a las exigencias de la vida, experimentamos más estrés. Sin embargo, si confiamos en que podemos manejar lo que la vida nos traiga, no sentiremos tanto estrés. También hemos aprendido a través de estudios médicos, que toda condición física o mental es impactada negativamente por el estrés. Dada esta realidad, el manejar nuestro estrés es muy importante. La clave para mantener una buena salud es mantener una perspectiva positiva y no permitir que lo que se nos presente en la vida nos quite la paz y la armonía.

Entre los milagros de Jesús, hay muchos de sanidad. Sabemos entonces que a Dios le importa nuestra salud, que cuando se nos promete vida abundante incluye una vida sana. También sabemos por el testimonio de nuestro hermano Pablo, que no siempre se nos cura, no siempre recibimos la curación de una condición física. El aguijón en la carne puede servir como recordatorio de nuestra dependencia de Dios, es una invitación a la humildad ante Dios el maestro de la empatía, la simpatía, y la compasión para con los demás. Pero la sanación siempre está a nuestra disposición. La condición física, emocional, psicológica, y espiritual de bienestar, tranquilidad, y paz, Dios nos la promete y Dios cumple. Pero como con todo, tenemos que cooperar con la voluntad de Dios para que se cumpla en nuestra vida. Es aquí donde entra la fe.

En la carta a los hebreos, capitulo 11 dice que “tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos”. Hay momentos cuando esto nos parece imposible, no podemos creer, nos sentimos inseguros, tenemos dudas. Pero las escrituras nos dan dos ayudas para confrontar esta fragilidad humana. La primera la vemos en el padre del niño que tenía convulsiones en Marcos capitulo 9. Allí vemos que los discípulos no podían sanar al niño, pero cuando entra Jesús, el padre le dice, “si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos”. El padre no sabía si Jesús podía sanar al muchacho, tenia dudas. Jesús le dice “¿cómo que si puedo? Todo es posible para el que cree”. Y el padre responde “¡yo creo, ayúdame a creer más!” Si nos sentimos faltos de fe podemos pedir que Dios nos dé más fe. Solo tenemos que querer tener fe para que Dios actúe en nuestras vidas. Solo tenemos que querer confiar, buscar acercarnos, y Dios completa la acción, Dios interviene por nosotros. El muchacho en esta ocasión queda sano, y los discípulos aprenden que a veces hay que orar y ayunar, en otras palabras, fortalecerse espiritualmente, para poder obrar en situaciones difíciles.

Lo otro que nos enseñan las escrituras acerca de tener fe para confrontar situaciones que parecen imposibles, es que debemos actuar como si creyéramos, creamos o no. El actuar en fe, por más débil que sea, sea nuestra fe tan pequeña como un grano de mostaza, crea las circunstancias para que Dios obre por nosotros.

Muchas veces, en los evangelios vemos que Jesús pide que los que buscan sanación actúen para que se manifieste la obra sanadora. “Levanta tu camilla y camina”, Jesús pide que las personas hagan algo para que sean sanados. Nosotros tenemos que actuar, movernos, tomar los pasos, y en esa acción, dar a ver que creemos que Dios puede hacer por nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.

En el evangelio de hoy vemos que los leprosos actúan con fe, llaman al Señor, le gritan, le piden. Jesús les pide que vayan a presentarse delante de los sacerdotes para confirmar que están curados, y ellos dan la vuelta y se van hacia el templo. Es entonces cuando quedan sanados, al actuar con fe, en confianza de que el Señor puede sanarlos, aunque todavía no lo han visto, aunque todavía no ha pasado, al ir de camino, quedan sanados. Han actuado con fe y han sido sanados. Nosotros también, si nos atrevemos a vivir creyendo firmemente que Dios tiene el poder de actuar en nuestras vidas y en aquellas situaciones que para nosotros son demasiado difíciles o imposibles, experimentaremos el poder de Dios en nuestras vidas.

Pero el evangelio no termina allí. Vemos que uno de los diez al darse cuenta que ha sido sanado, regresa a darle gracias a Jesús. No sólo le da las gracias, sino en ese instante se da cuenta de que es Dios quien ha obrado en su vida, se postra, y alaba al Señor. Su impulso de agradecimiento abre las puertas de su alma, y experimenta una transformación completa. Ya no sólo está enfocado en su problema, en la necesidad de una solución, sino que se enfoca en la presencia de Dios en su vida, y se entrega con agradecimiento a adorar al Dios viviente. Jesús le dice al hombre: “Levántate y vete; por tu fe has sido sanado,” y la palabra que se usa aquí en el griego implica más que la sanidad física, es la salvación, la redención, la liberación de este hombre. En su conversión de enfermo a sanado, de extranjero a seguidor fiel, él ha recibido una sanación plena, física por seguro, pero también emocional, psicológica y espiritual. Queda enteramente sanado. Su acción de gracias ha llevado su sanidad más allá de su situación inmediata, ha impactado toda su vida.

Sin embargo, no sólo podemos pedir que se nos aumente la fe cuando nos sentimos débiles frente a las dificultades de la vida. No solo vemos que con poquita fe Dios puede hacer milagros. También vemos que si actuamos, creyendo que se van a cumplir las promesas de Dios, un hecho de fe, el actuar, el movernos.  Esto nos lleva a recibir la sanación y la resolución que buscamos. Y aquí recibimos otra enseñanza clave: la acción de gracias transforma nuestra perspectiva y a cambio transforma nuestras vidas. Aunque no lo hayamos visto por completo, el dar gracias a Dios por todo lo que recibimos y poner nuestra confianza en la obra de Dios es una acción que promueve la sanidad en nuestras vidas. Esto nos lo enseña la biblia.

Los salmos están llenos de invitaciones a dar gracias a Dios, alabar a Dios porque Él es bueno, porque para siempre es su misericordia. Y la ciencia a comprobado lo que nuestra tradición de fe nos ha enseñado: una actitud de gratitud quita el estrés. Si nosotros queremos recibir la sanación que nos prometen las escrituras, si queremos vivir en tranquilidad, si queremos la valentía para confrontar las dificultades y los desafíos de la vida, sólo tenemos que tener fe como un grano de mostaza, pedirle al Señor que nos aumente la fe, pedir que Dios obre en nuestras vidas, que tome cargo de nuestra situación, y comenzar a dar gracias.

Dar gracias por lo que Dios ha hecho en el pasado, nos comprueba que a Dios sí le importa por lo que estamos pasando. Dar gracias porque sabemos que para Dios nada es imposible. Dar gracias porque aunque no se resuelven las cosas como nosotros queremos, sabemos que Dios esta obrando para nuestro bien. Dar gracias a Dios, porque no importa por lo que estemos pasando, no lo vivimos solos, Dios nos acompaña, y nos fortalece. Dar gracias a Dios, porque en la acción de gracias usamos una llave que abre puertas, creando nuevas oportunidades, nuevas soluciones y una nueva visión y perspectiva. Hermanas y hermanos, vivamos hoy mismo las promesas de Dios. ¡Demos Gracias a Dios, Aleluya, Aleluya!

 

La Rvda. Canóniga Altagracia Pérez-Bullard, PhD es Canóniga para Vitalidad Congregacional en la Diócesis Episcopal de Nueva York.

 


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